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LOS NUDOS

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LOS NUDOS

LOS NUDOS

LOS NUDOS

 
Nueva fábula de Samaniego, picante y con mucho humor.
La práctica del sexo con alegría no es invento de esta generación.


Coplilla patrocinada por Redes Deportivas On Line

 
LOS NUDOS
 
Casarse una soltera recelaba,
temiendo el grave daño que causaba
el fuerte ataque varonil primero
hasta dejar corriente el agujero.
 
La madre, que su miedo conocía,
si a su hija algún joven la pedía
con el honesto fin del casamiento,
procedía con tiento,
sin quitarle del todo la esperanza,
hasta que en confianza
al pretendiente preguntaba airosa
si muy grande o muy chica era su cosa.
 
Luego que esta cuestión cualquiera oía,
alarde al punto hacía
de que Naturaleza
le había dado suficiente pieza.
Quién decía: -Yo más de cuarta tengo;
quién: -Yo una tercia larga la prevengo;
y un oficial mostró por cosa rara
un soberbio espigón de media vara.
 
 
cabeza de nabo
 
 
Tan grandes dimensiones iba viendo
la madre y a los novios despidiendo,
diciéndoles: -Mi chica quiere un hombre
que con tamaños tales no la asombre:
y marido de medios muy escasos;
y así, ustedes no sirven para el caso.
 
Corrió en breve la fama
del extraño capricho de esta dama,
hasta llegar a un pobretón cadete
que luego que lo supo se promete
vivir en adelante más dichoso
llegando con cautela a ser su esposo.
 
Presentóse en la casa
y, lamentando su fortuna escasa,
dijo que hasta en las partes naturales
eran sus medios en pobreza iguales.
Oyendo esta noticia,
la madre le acaricia,
y, como tal pobreza la acomoda,
muy pronto con su hija hizo la boda.
 
Concluida conforme a su deseo,
en la primera noche de himeneo
se acostó con su novio muy gustosa,
sin temor, la doncella melindrosa;
mas, apenas su amor en ella ensaya,
cuando enseñó el cadete un trativaya
tan largo, tan rechoncho y desgorrado,
que mil monjas le hubieran codiciado.
 
La moza, al verlo, a todo trapo llora;
llama a su madre y su favor implora,
la que, en el cuarto entrando
y de su yerno el avión  mirando,
empezó de su engaño a lamentarse
diciendo que le haría descasarse;
y el cadete, el ataque suspendiendo,
así la habló, su astucia defendiendo:
 
-Señora suegra, en esto no hay engaño;
yo no le haré a mi novia ningún daño,
porque tengo un remedio
con que el tamaño quede en un buen medio.
Déme un pañuelo: me echaré en la cosa
unos nudos que escurran, y mi esposa,
según que con la puntita yo la incite,
pedirá la porción que necesite.
Usté, que por las puntas del pañuelo
tendrá para evitar todo recelo,
los nudos, según pida, irá soltando
y aquello que le guste irá colando.
 
No pudiéndose hallar mejor partido,
abrazaron las dos el prevenido:
al escabullo encasan el casquete,
y la alta empresa comenzó el cadete.
 
Así que la mocita
sintió la tintilante cosquillita,
a su madre pidió que desatara
un nudo, para que algo más le entrara.
 
Siguiose la función según se pudo,
a cada golpe desatando un nudo,
hasta que al fin, quedando sin pañuelo
el guión que causó tanto recelo
dentro ya del ojal a rempujones,
apenas ver dejaba los borlones.
 
Mas ella, no saciando su apetito,
decía: -Madre, quite otro nudito!
Unos nudos en el chorizo
 
 
A que la vieja dijo sofocada:
 
-¡Qué nudo ni qué nada!
Ya no queda más nudo ni pañuelo;
que estás con tu marido pelo a pelo.
 
-¡Toma! -la hija respondió furiosa-.
¿Pues qué hizo usté de tan cumplida cosa?
¡Ay!, Dios se lo perdone;
siempre mi madre mi desdicha fragua;
todo lo que en las manos se la pone
al instante lo vuelve sal y agua.