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CUALQUIER COSA

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CUALQUIER COSA

CUALQUIER COSA
Hola amigos.
Fiel a mi cita os traigo un nuevo masaje de :


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Como muchas veces, Samaniego, al que ya tengo en nómina, ha escrito para nosotros una fabulilla graciosa y costumbrista de cuando las mujeres tenían pelo y habían pulgas (bichos que pican y saltan)
Yo sigo con mi cruzada "no olvidemos a los clásicos", tampoco a los mas humildes.
Hasta otra sapo riendo
   
Una noche de enero,
estaba calentándose al brasero
una joven casada,
su ropa en la rodilla remangada,
porque así no temía quemarse
en tanto que labor hacía.
Samaniego
De este modo esperaba a su marido,
que era un pobre artesano,
mientras entretenido
un chico que tenía, por su mano
castañas en la lumbre iba metiendo
y el rescoldo con ellas revolviendo.
 
Así agachado, de su madre enfrente,
asaba diligente
una y otra castaña,
cuando, la vista alzando descuidado
vio con admiración cierta montaña
de pelo engrifonado,
con que se coronaba y guarnecía
un ojal que su madre allí tenía.
engrifonado
Con tal visión se puso
el muchacho confuso;
mas queriendo, curioso,
saber si en aquel sitio tenebroso
alguna trampantoja se escondía
y qué hondura tenía,
poquirritito a poco, aunque con miedo,
se fue acercando, y... ¡zas!, le metió el dedo.

pelo
Respingóse la madre, y dio un chillido
por no estar su agujero prevenido
para esta tentadura inesperada,
y al dejar, agitada,
su silla, tropezó con el puchero
del guisado, y vertióle en el brasero.
 
El muchacho, que vio con sobresalto
arruinada la cena por el salto,
dijo: -¿De qué se asusta, madre mía,
si era yo quien el dedo la metía?
Dígame usté: ¿qué es eso
que tiene entre las piernas tan espeso?
 
-¿Qué te importa? –le dijo muy rabiosa
la madre-. Eso será... cualquier cosa.
¡Miren qué travesura!
¡No es mala tentación de criatura
buscarle las cosquillas a su madre
para que sin cenar deje a su padre!
Ya verás, cuando venga y se lo cuente,
qué linda zurra te dará en caliente.
cena
El chico, temeroso,
la pidió que callase,
pues jamás volvería a ser curioso
como a su padre nada le contase,
y la madre, por fin desenojada,
cuando vino el marido le refirió que el gato había vertido
la cena preparada,
derribando el puchero
que estaba calentándose al brasero.
 
El hombre, que la amaba,
aunque no le gustaba
quedarse sin cenar, como a su hijo,
 
-¡Qué hemos de hacer! –le dijo-.
Por esta noche, esposa,
cenaremos los tres cualquier cosa.
alegría
Apenas el muchacho hubo escuchado
esta resolución, cuando agitado,
de tal suerte gemía,
que le preguntó el padre qué tenía.
 
Y el chico, con mayores desconsuelos,
respondió en voz llorosa:
 
-¡Yo no quiero cenar cualquier cosa,
padre, que está mojada y tiene pelos!